El trabajo de las organizaciones populares ha sembrado una incipiente cultura de derechos en Guatemala y como tal representa una contribución singular a la profundización de una democracia que sigue siendo débil. Sin embargo, mientras no haya una transformación socioeconómica más profunda para enfrentar las agudas desigualdades que siguen caracterizando al país, tal democracia será siempre incompleta.
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